Spread the love

La España melancólica se despliega desde hoy, con todo su aire de inevitabilidad y derrota, en la sala 75, hogar tras la última remodelación de la colección permanente del Museo del Prado de la pintura de la historia. Esos grandes cuadros de naufragios, fusilamientos y otros episodios de un país de desencantos respiran al menos más tranquilos con el cambio de ubicación: ciertamente han ganado al pasar de los espacios anteriores, más pequeños y con su fondo burdeos, a la galería actual, de paredes claras y luz natural. Son el corazón de la colección que el museo atesora de pintura y escultura del siglo XIX, que ocupa 12 salas, a las que se les ha dado completamente la vuelta.

Es, en cierto modo, el final de un viaje de legitimación de una época que, tal vez por ese aire melancólico, fue tradicionalmente tratada con cierto desdén. Era una España de suicidio, depresión y derrota. Un país que ahora se mira en el espejo y se sienta en el diván gracias a esta reordenación cuyo origen se remonta a 2007 cuando el Prado inauguró sus salas de exposiciones temporales, con la ampliación de Moneo, con una gran muestra dedicada a un siglo de individualidades que empezaba en Goya y terminaba en Sorolla. En 2009, aquel centenar largo de pinturas y esculturas pasó a formar parte esencial de la colección permanente. El entonces director adjunto, Gabriele Finaldi, lo celebró como la revelación del “secreto mejor guardado del museo”.

Doce años y una larga pandemia después, la pinacoteca ha transformado y enriquecido la última parte de su relato ampliando sus márgenes, temas y procedencia de los autores. En la primera planta, 275 piezas (antes eran 170) se exhiben en orden cronológico, pero no como compartimentos estancos. Parte de las Pinturas negras de Goya y llega hasta La boloñesa de María Blanchard, una de las últimas adquisiciones. En el nuevo discurso las artistas aumentan su presencia, 13 entre 130 autores, 57 más de los que había. Además, se contextualiza la obra de los españoles en la perspectiva de sus colegas europeos; gana relevancia la pintura social; el retrato ocupa un protagonismo hasta ahora desconocido; se presta con tres piezas atención a la producción llegada de Filipinas, territorio español hasta 1898; se indaga en el poder del boceto como trampolín, sí, pero también como arte autónomo; y la miniatura y la medallística se presentan con mayores honores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *