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En la entrada de la cárcel le esperaba una muchedumbre de periodistas y curiosos. Algunos incluso habían pasado la noche al raso para asegurarse un sitio en las primeras filas como si fuera el último concierto de los Rolling Stones. En realidad, toda esa expectación era por Emilio Lozoya. El poderoso exdirector de Pemex iba a sentarse por primera vez delante del juez de una prisión de Ciudad de México por los sobornos millonarios del caso Odebrecht, la trama de corrupción que en los últimos años ha puesto en jaque a la clase política en varios países latinoamericanos. Acompañado de sus abogados, Lozoya bajó la mañana de este miércoles de una furgoneta negra y avanzó entre la nube de cabezas, micrófonos y gritos. A los pocos pasos, tropezó con un cable y cruzó la puerta del penal trastabillado pero sin soltar un maletín de cuero negro. Un presagio de las malas noticias que le aguardaban dentro de la sala.

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